8 de agosto de 2016

Monumental fresco sobre la vida en Irak

Homeland (Iraq Year Zero)
Dirección y guión: Abbas Fahdel
Irak-Francia/2015

Y el Malba se atrevió con Homeland. No era fácil encontrarle sala a un film como éste, en una ciudad donde casi no se estrenan documentales extranjeros, donde la propaganda no favorece precisamente a los árabes, donde el cine mainstream presenta una imagen racista y negativa de ellos, y sobre todo, ¿cómo estrenar una película que dura 334 minutos es decir, cinco horas y media? Hasta ahora sólo habíamos tenido la oportunidad de verla en los festivales de Mar del Plata (con la presencia de su director), Cosquín y el Bafici, y había de ser un espacio como el Malba, templo del buen cine no comercial, no interesado en el rating ni en los ingresos de taquilla, el que osara mostrarla.


Homeland es una película singular. Es la primera vez que trasciende y llega a las pantallas internacionales un documental sobre Irak realizado por un iraquí, Abbas Fahdel, residente en Francia desde hace muchos años. Tal vez este detalle haya ayudado a que su obra se conozca. Es singular entonces por su punto de vista y de partida: el realizador regresa a su país en 2002 en vista de una posible intervención de los Estados Unidos y registra la vida cotidiana de sus habitantes, haciendo foco en su propia familia en Bagdad y otras ciudades. Hermanos, primos, sobrinos, cada uno de ellos está identificado en el transcurrir de su vida diaria: comidas, charlas y relaciones familiares, fiestas, trabajo, momentos de reposo, frente  programas de televisión que muestran el populismo de Saddam Houssain y su culto. Porque estas tomas, que ocupan toda la primera parte que lleva por subtítulo Antes de la caída, suceden antes de la invasión de Estados Unidos al país, y todos hablan de la inminencia de que esta se produzca, de la guerra que viene. Así por ejemplo, se preparan para tener agua durante esa guerra que se anuncia como inevitable. Esta primera parte, en la que los niños y jóvenes cobran protagonismo, difiere en mucho de la imagen que nos ha vendido occidente de Irak como el país del caos y la amenaza.


La segunda parte, Después de la batalla, es más dramática, y configura un salto temporal, tras una elipsis durante la cual se ha producido la invasión de los Estados Unidos en 2003, en busca de aquellas poderosas y mortíferas armas químicas que supuestamente ocultaba el régimen, que justificaron la invasión  y que las poderosas tropas yanquis nunca pudieron encontrar, porque se nos hace más que evidente que ese país no estaba en condiciones de generarlas. Dicha invasión queda fuera de campo, y vemos el estado en que ha quedado la ciudad tras la devastación: la cámara recorre las mismas calles, ahora con sus edificios destrozados, entrevista a sus vecinos, desesperados por la pérdida de su hogar y pertenencias, por el pillaje, su lucha por conseguir los alimentos racionalizados, y lo que es peor, su dolor por las vidas perdidas. Porque en el film de Fahdel es el cuerpo social, su clase media, quien está en primer plano, casi no hay referencias ni evaluaciones sobre el trasfondo político o militar, tanto interno como externo. Incluso los soldados “americanos” son observados como consecuencia de una realidad que los trasciende, al igual que los iraquíes que han sobrevivido a la primera invasión. Todos han debido ajustar sus condiciones –para peor- a fin de poder continuar su vida. Además de las vidas perdidas, ahora sí es notable la destrucción que se ha operado sobre su cultura, instituciones, museos y la cinemateca derruidos, por parte de un invasor que llegaba para restablecer el orden y la democracia. Houssein no queda endeble: en la primera parte se sugiere, en la segunda queda en claro que fue un dictador que gobernó con un régimen opresivo. Porque toda esa segunda parte resignifica la primera. Uno de los momentos más rotundos es cuando sabemos que algunos de los personajes que ya nos eran familiares, que se habían ganado nuestra simpatía, murieron durante la invasión, como tantos otros, anónimos. No por anunciada, sus muertes resultan más tolerables en ese descenso a los infiernos. Fahdel conoce el poder de la imagen, que ha registrado y montado él mismo, para dar un testimonio formidable de un estado de situación abyecta que no requiere más explicaciones.

El título del film es un obvio homenaje al Roberto Rossellini y su Alemania año cero, sobre la Alemania de postguerra, también destruida, también pronta a recomenzar. Si esto fuera posible.


Josefina Sartora

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