22 de septiembre de 2016

Festival del cine alemán

Fukushima, mon amour (Grüsse aus Fukushima)
Dirección y guión: Doris Dörrie
Alemania/2015

Celebro cada año la presencia del Festival del Cine Alemán. Como Les Avant Premières en mayo, como la Semana de Cannes a fin de año, el evento que dirige GustavWilhelmi cada septiembre es la oportunidad de ver el nuevo cine europeo –en este caso de Alemania- con las mejores realizaciones del año –o casi- que no siempre han de estrenarse en Argentina. Este año presentó una buena selección, y si bien no vi todo, destaco dos películas que han de dejar su marca, y esperamos su estreno comercial: Fukushima, mon amour y Toni Erdmann.


Fukushima… constituye la nueva aproximación de Doris Dörrie a la cultura japonesa, que demuestra conocer bien. Ya sabemos que –como muchos alemanes- está muy cerca del espíritu nipón, que ha realizado ya dos películas en ese país –Iluminación garantizada (2000) y Cerezos en flor (2008), y que comparte aspectos de su cultura, entre ellos el budismo. En esta ocasión, acude a Fukushima años después del desastre ocasionado por un tsunami en 2011, que además de arrasar con la zona costera, destruyendo gente y edificios, provocó el colapso de la central nuclear allí situada, contaminando toda la región.

Dörrie regresa a Japón en la figura de Marie (Rosalie Thomass), una clown alemana quien, tras una crisis sentimental que ha frustrado un probable matrimonio, viaja participando de un programa de clowns que organizan representaciones artísticas entre los sobrevivientes de la catástrofe. Refugiados en viviendas precarias, con sus hogares destruidos en la zona aún bajo radiación, la mayoría de la comunidad es gente mayor, porque los jóvenes se han ido. Marie sufre un fuerte shock cultural frente a personas que no conoce ni comprende, que jamás parecen acceder al tipo de humor de los clowns, y cuyo lenguaje también le es ajeno. Y ella tampoco se esfuerza por acceder a ese mundo, hasta que es virtualmente raptada por Satomi (Kaori Momoi), una de las mujeres de la comunidad, quien la arrastra a su vieja vivienda en ruinas y se resiste a abandonarla.


Comienza así una relación de pareja-despareja entre ambas, quienes se comunican en un inglés precario –Satomi tuvo un novio yanqui- y emprenden un trabajo de limpieza física y espiritual durante el cual ambas habrán de conocerse y ayudarse mutuamente, mientras lidian con su pasado. Si Satomi es testaruda y empecinada, sabe ser paciente para aceptar a la torpe Marie –sos un elefante, le dice- e introducirla en las sutilezas de la cultura oriental que le es totalmente ajena, desde la ceremonia del té hasta tratar con los fantasmas que circulan por la zona. El proceso que ambas viven, casi en silencio, está cargado de emotividad y simbolismo.

En blanco y negro, el film tiene mucho de documental, con el registro del estado en que quedó la zona de Fukushima tras el desastre, y que ha sido imposible reconstruir todavía, justamente porque la zona sigue siendo peligrosa. De allí la osadía de ambas mujeres, que emprenden un operativo que si bien busca la curación y reparación, tiene algo de auto destructivo. También los personajes que habitan las viviendas son los verdaderos sobrevivientes de la tragedia, lo cual agrega realismo y patetismo a la situación. Esto sin descuidar el humor, siempre presente en las película de Dörrie, aquí agridulce, sutil, siempre respetuoso del drama provocado por el cataclismo.

Josefina Sartora



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