16 de agosto de 2017

Las altas cumbres de la política

La cordillera
Dirección: Santiago Mitre
Guión: Santiago Mitre y Mariano Llinás
Argentina-España-Francia/2016

Josefina Sartora


La cordillera puede ser tomada como símbolo del desafío que debe atravesar el presidente de la Argentina, Hernán Blanco, en su primera reunión internacional de presidentes latinoamericanos, en Chile, en un paraje de belleza asombrosa donde sin embargo acecha el peligro. Blanco ha llegado allí en una carrera política ambiciosa pero sin entridencias, tras ejercer una intendencia y la gobernación de una provincia de segunda importancia como La Pampa. Su slogan es “un hombre común” con el cual el ciudadano se ha identificado y así ha llegado a la presidencia. Las primeras escenas, rodadas en la misma Casa Rosada, presentan un cuadro de situación y de su entorno sobre el que se desarrollará el film: una asistente todoterreno –a cargo de la siempre eficaz Erica Rivas-, un jefe de gabinete astuto y fiel –excelente, Gerardo Romano- y un equipo del recién llegado al poder fácilmente manejable, con el ubicuo Esteban Bigliardi a la cabeza.

Apenas asumido el poder, le estalla un escándalo por una denuncia de corrupción –que resulta veraz- hecha pública por su ex yerno. Así, la vida privada de Blanco se verá intrínsecamente ligada a su función pública. El conflicto familiar se agudiza cuando su hija –otro acierto de elenco: Dolores Fonzi-, quien lo acompaña en ese encuentro en la cordillera, atraviese una crisis psicótica y altere su programa oficial.



No es habitual que un director joven argentino aborde el tema político, o que alguna rama de la política atraviese un film nacional reciente. En ese sentido, Santiago Mitre constituye una rara avis, desde su opera prima, El estudiante, en la que incursionaba en la política universitaria, luego en La patota, tangencialmente a través de una circunstancia privada como lo es una violación, y ahora abiertamente, en el terreno de la alta polícia internacional. La cordillera es la mejor película argentina del año, difícilente superable. Para esta superproducción con España y Francia, Mitre y sus productores convocaron a un elenco extraordinario donde se lucen quienes encarnan a los respectivos presidentes que asisten a esa reunión cumbre: la chilena Paulina García (Gloria) como la anfitriona, Daniel Giménez Cacho como el mexicano y Leonardo Franco como el “emperador” brasileño. Todos se reúnen en las altas ccumbres para debatir el futuro del continente en materia energética.

Desde la primera noche en la cordillera, nos damos cuenta de que nada es lo que parece, que Blanco no es la figura ingenua –o blanca- que parecía al principio, sino que está cargado de secretos. “El mal existe. Y no se llega a presidente si uno no lo ha visto”, declara a una periodista (Elena Anaya, de La piel que habito). Casi un arquetipo del presidente argentino, no tiene sentido tratar de identificarlo con algún mandatario real de nuestro pasado histórico: el personaje posee características de cada uno, más algo propio, pero es una creación artística, no histórica. Esta faceta oscura, secreta, se irá develando a medida que avance el conflicto de la hija, quien accede a una sesión terapéutica que da un giro a la peripecia. Algunos comentarios y críticas han hablado del elemento fantástico que introduce el film. Sin embargo, de ninguna manera irrumpe lo fantástico: el psiquiatra que envía la presidente chilena para atender esa urgencia –un impecable Alfredo Castro (El club)- practica la hipnosis, técnica que ayuda a que afloren elementos negados, hundidos en el inconsciente. A partir de entonces el thriller se acentúa, con un suspenso bien conducido. La sombra de Hitchcock sobrevuela, es obvio.

También resulta clave la escena con un funcionario menor del gobierno de Estados Unidos -Christian Slater (Mr Robot)-, quien pone en claro de qué manera han de manejarse las decisiones que decidirán el futuro de la región.


Es interesante la dialéctica que se sostiene entre el paisaje majestuoso, abierto e inmenso, las cumbres nevadas, de una luminosidad esplendorosa (filmada en Chile, pero también en Neuquén), y las bajezas, las miserias y oscuridades que atraviesa la política.

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Lo que más hay que agradecerle a Santiago Mitre es su respeto hacia el espectador. Nunca cae en el vicio de la sobre explicación, ni la aclaración obvia. Si algunos podrán objetarle que deja cabos sueltos, situaciones sin esclarecer, nosotros se lo agradecemos. Una sugerencia, en cine, vale más que mil explicaciones. Y La cordillera abunda en sugerencias. Por eso podemos disculparle ciertos cortes forzados, ciertas imprecisiones que no desmerecen este excelente film.

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